El olor de la leña
Desde la transportación en el tiempo por olores hasta la realización de que aquellos momentos nunca volverán, porque las personas que una vez coincidieron muy posiblemente nunca más lo harán.
Habían montado una fábrica, no se puede decir clandestina en un país donde todo estaba prohibido, para hacer puré de tomate. Mi abuelo tenía el terreno y Omar tenía los recursos, de incierta procedencia, para montar aquella fábrica debajo de la mata de mango que estaba en la cañada. El lugar era perfecto, pues tenía sombra todo el día, no estaba a la vista y tenía este pequeño arrollo que le llamamos La Cañada justo al lado, donde se podían desechar con facilidad los restos del proceso de producción del puré.
La cosa (situación económica) no estaba fácil en aquel entonces (no es que haya ido a mejor con el tiempo, la verdad), y había que arañar por donde se pudiese lo que se pudiese, algo en lo que Papi era un experto: el viejo arte del forrajeo.1 Así vendía botellas de puré de tomates, recicladas por cierto, al igual que la chapa, a 7 pesos. La calidad de aquel puré era excelente, y todo se hacía bajo condiciones sanitarias bastante buenas para ser el patio de una casa a la intemperie. Recuerdo que algunas botellas explotaban solas en las cajas donde se almacenaban, otras eran compradas y el sellado no había sido hermético, lo que hacía que el puré estuviese echado a perder, pero por supuesto, el cliente, generalmente vecinos del barrio, venían y se les cambiaba.
Desde hace algún tiempo, y producto de la migración en desbandada, los olores con que choco a diario han cambiado de lo real a lo sintético. Aquí se usan suavizantes de ropa, aromatizantes en el inodoro y rociadores eléctricos para que las casas no huelan a lo que son, sino diferente, a lo que quisiéramos que fuesen. Por eso me alegra inmensamente cuando, a cada rato, me llega el olor de la leña quemándose.
Hay dos puntos cerca de nuestra casa donde esto sucede: uno es nuestra ventana de la cocina, y el otro los alrededores de una casa localizada de camino al trabajo que utiliza leña para calentarse.
Cada vez que huelo la leña quemada me transporto inmediatamente a mi niñez, a aquellos años plagados de la felicidad que emana de la inocencia. Llego inmediatamente a cuando se hacía puré de tomate en el patio y a cuando se cocinaba con leña la comida de los animales.
Como asociamos ciertos olores a experiencias y momentos específicos, también me vienen a la mente las caldosas que hacíamos al frente de La Placita del barrio en la noche del 27 de noviembre esperando el 28 para celebrar, nadie se cuestionaba por qué, la creación de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Recuerdo aquella vez, quizás la mejor de las ediciones en el barrio de tales celebraciones, donde el estado había asignado a cada CDR una cabeza de puerco y viandas para hacer la caldosa. Recuerdo cuando hacíamos las cadenetas con papel de colores y pegamento de harina, el que resultó ser más o menos lo mismo que una salsa bechamel.
Son tantos momentos ligados al simple hecho de encontrarse con un olor real en un lugar donde todo suele ser estéril o artificial, que me quedo minutos parado, sólo absorbiéndolo y viajando en el tiempo, regresando a aquellos momentos únicos donde todos estábamos juntos, y que nunca regresarán.
Por eso en estos días festivos, donde todos deberíamos estar juntos pero no lo estamos, sólo puedo pensar en la falta de percepción que padecemos al no darnos cuenta de cuánto nos estamos perdiendo en realidad. Cada uno de aquellos lugares y situaciones a los que me lleva hoy el olor de la leña fueron idílicos y únicos por todas las personas cuyos destinos allí convergieron puntualmente, y que luego se separaron para siempre. Unamos entonces a todos los que podamos en cada día de nuestras vidas, ya que muy probablemente luego nos será imposible volverlo a hacer, pero siempre nos quedarán esos recuerdos, en ocasiones revividos por algo tan simple como un olor o un sabor.
3. tr. Cuba. Hacer toda clase de gestiones para conseguir una mercancía escasa en el mercado.